“La Tierra Prometida”
Manuel C. Martínez M.
08 abr. 09
Demos por legítima la promisión bíblica, según la cual la tribu israelita jacobina tendría garantizada una propiedad privada geográfica sobre este planeta luego de su exesclavitud.
Esos “derechos agrarios y citadinos”, mito o no, se hallan inscritos en el texto del “Antiguo Testamento”. Fueron adquiridos por algunas comunidades del Cercano Oriente y están mundialmente admitidos como verdaderos gracias a la poderosa férula mediaticorreligiosa del Imperio Cristiano. La educación y literatura cristianas son dos de los medios más copiosos y difundidos de generación en generación desde los mismísimos y arcanos tiempos bíblicos.
Tales derechos territoriales pudieran hacernos reflexionar sobre el no menos legítimo derecho a la tierra que perfectamente pueden esgrimir para sí los ciudadanos del mundo sin distingos de raza, color político, estado económico, historia ni grado cultural.
Creemos que si los árabes y judíos hicieran extensivo el derecho de los “trabajadores” a la tierra en general y dejaran de reservarlo a determinadas parcelas geográficas económicamente importantes, ni tampoco en favor de ninguna comunidad en particular, muchos conflictos actuales podrían evitarse. De esta manera ellos mismos, los trabajadores de la tierra y las fábricas, pudieran con mayor razón ser los primeros beneficiarios, repetimos: en cuanto a trabajadores y no como empresarios capitalistas que siguen siéndolos, ni como elegidos por Dios alguno. Tal divina elección nos luce marcadamente discriminatoria para el resto del mundo trabajador no directamente involucrado en esos territorios “santos”.
Porque más allá de si son los israelitas o palestinos quienes tengan la razón, o mayor razón, en la contienda actual, lo que verdadera y subyacentemente está en juego sigue siendo la explotación de unos hombres por otros. Por ejemplo, ¿acaso dentro del espacio económico de los capitalistas de Israel no hay asalariados?, ¿no los hay dentro de la propiedad económica controlada en la Franja de Gaza?
Esos conflictos bañados de una religiosidad que poco cuenta en los libros y estados financieros contables de la riqueza capitalista involucrada, más que expresión de una lucha por legados divinos tiene que estar respondiendo a rivalidades económicas de alcance extraoriental y mundial con un fuerte olor pagano y terrenal.
Ocurre que las reformas agrarias han surgido siempre en el seno de las sociedades clasistas. Ellas han sido la manera más expedita y menos traumática para llevar algunas dosis de paz a un segmento de la población trabajadora, concretamente a los agricultores. Pero debemos buscar la reforma agraria integral extensiva a los trabajadores citadinos que usan necesariamente la tierra como vivienda o como asiento firme de los galpones fabriles de patronos que, curiosamente y contradictoriamente, los han adquirido por unas vías no precisamente muy santas que digamos.
La propiedad privada sobre parcelas industriales, sobre terrenos mineros y sobre grandes centros comerciales no responde a legados bíblicos, pero pareciera que sí lo hacen. Creemos que la historia de la “Tierra Prometida” busca justificar la propiedad privada comercial y capitalista mundial, y, a tales efectos, sabemos que la acumulación de la riqueza burguesa ha sido santificada como premio que concede Dios a quienes la obtienen no con el sudor de su frente sino con el sudor de la de otros.
Manuel C. Martínez M.
08 abr. 09
Demos por legítima la promisión bíblica, según la cual la tribu israelita jacobina tendría garantizada una propiedad privada geográfica sobre este planeta luego de su exesclavitud.
Esos “derechos agrarios y citadinos”, mito o no, se hallan inscritos en el texto del “Antiguo Testamento”. Fueron adquiridos por algunas comunidades del Cercano Oriente y están mundialmente admitidos como verdaderos gracias a la poderosa férula mediaticorreligiosa del Imperio Cristiano. La educación y literatura cristianas son dos de los medios más copiosos y difundidos de generación en generación desde los mismísimos y arcanos tiempos bíblicos.
Tales derechos territoriales pudieran hacernos reflexionar sobre el no menos legítimo derecho a la tierra que perfectamente pueden esgrimir para sí los ciudadanos del mundo sin distingos de raza, color político, estado económico, historia ni grado cultural.
Creemos que si los árabes y judíos hicieran extensivo el derecho de los “trabajadores” a la tierra en general y dejaran de reservarlo a determinadas parcelas geográficas económicamente importantes, ni tampoco en favor de ninguna comunidad en particular, muchos conflictos actuales podrían evitarse. De esta manera ellos mismos, los trabajadores de la tierra y las fábricas, pudieran con mayor razón ser los primeros beneficiarios, repetimos: en cuanto a trabajadores y no como empresarios capitalistas que siguen siéndolos, ni como elegidos por Dios alguno. Tal divina elección nos luce marcadamente discriminatoria para el resto del mundo trabajador no directamente involucrado en esos territorios “santos”.
Porque más allá de si son los israelitas o palestinos quienes tengan la razón, o mayor razón, en la contienda actual, lo que verdadera y subyacentemente está en juego sigue siendo la explotación de unos hombres por otros. Por ejemplo, ¿acaso dentro del espacio económico de los capitalistas de Israel no hay asalariados?, ¿no los hay dentro de la propiedad económica controlada en la Franja de Gaza?
Esos conflictos bañados de una religiosidad que poco cuenta en los libros y estados financieros contables de la riqueza capitalista involucrada, más que expresión de una lucha por legados divinos tiene que estar respondiendo a rivalidades económicas de alcance extraoriental y mundial con un fuerte olor pagano y terrenal.
Ocurre que las reformas agrarias han surgido siempre en el seno de las sociedades clasistas. Ellas han sido la manera más expedita y menos traumática para llevar algunas dosis de paz a un segmento de la población trabajadora, concretamente a los agricultores. Pero debemos buscar la reforma agraria integral extensiva a los trabajadores citadinos que usan necesariamente la tierra como vivienda o como asiento firme de los galpones fabriles de patronos que, curiosamente y contradictoriamente, los han adquirido por unas vías no precisamente muy santas que digamos.
La propiedad privada sobre parcelas industriales, sobre terrenos mineros y sobre grandes centros comerciales no responde a legados bíblicos, pero pareciera que sí lo hacen. Creemos que la historia de la “Tierra Prometida” busca justificar la propiedad privada comercial y capitalista mundial, y, a tales efectos, sabemos que la acumulación de la riqueza burguesa ha sido santificada como premio que concede Dios a quienes la obtienen no con el sudor de su frente sino con el sudor de la de otros.