¿Acaso Marx también aró en el mar?
Manuel C. Martínez M.
31 mar. 09
No es la primera vez ni presumo que la última. Ahora resulta que la mediática internacional nos ha ido envolviendo en una gueubliana mediática que definitivamente pretende convertir el mercado en causa y efecto del problema laboral. Intentan evadirse así del plusvalor al que sus teóricos clásicos y científicos contemporáneos y anticomunistas reconocen, aunque estúpida e interesadamente lo niegan.
Me gustaría que las víctimas de esta mediática mundial se pasearan por el silenciado hecho de que ningún país capitalista de antes ni de ahora nunca ha dejado de ser prioritariamente “proteccionista”. Un sistema económico basal o estructural no sería nada sin la protección superestructural del Estado. Ese “liberalismo”, al que sesudos y connotados intérpretes del mismo sistema capitalista, con motivo de la reciente burbuja financiera, señalan como fin del sistema burgués, resulta coherente con el proteccionismo subyacente. El liberalismo es vendido por los apologistas del sistema a los países importadores de sus excedentes mercantiles tecnológicos (ya obsoletos), maquinarias ya desfasadas y mercancías de marca de sofisticada calidad. Es la conocida y trillada política del “laisser faire, laisser passer” , algo así como:" déjame prooducir, d. venderte". Como tal, no resulta viable un proteccionismo divorciado del liberalismo capitalista, ni viceversa.
Los teóricos del mercado, quienes reducen la ganancia a diferenciales de precios en en las transacciones de compraventa, del mercado, también suelen reducir los procesos de pre mercado o de fábrica a las discusiones y malestares transitorios de la relación obrero-patronal, a desajustes contractuales permanentemente perfeccionables sin romper el hilo que sostiene al sistema. Esos teóricos, decimos, quieren hacer ver que los empresarios de alto giro, como son los financieros , son las víctimas iniciales de estas megacrisis . Consecuencialmente, por esa misma razón, el Estado protege y auxilia con créditos blandos, o sea, mediante un keynesianismo aplicado a los más representativos empresarios de la alta burguesía mundial.
Pero esta vez el Estado lo hace con dinero fofo, dinero de papel lábil, sin respaldo físico, y que contradictoria y posiblemente desate una fuerte inflación, capaz de superar con creces el esperado derrumbe de los precios, en lógica correspondencia con la merma del empleo de mano de obra por despidos masivos.
Esos teóricos temen a la “deflación” que paradójicamente acabaría de súbito con la existencia e inventarios del mundo capitalismo. Por eso arbitran estas medidas financieras con dinero inorgánico. Decimos paradójica, porque la deflación provocada por escasez de demandantes solventes permitiría la más pronta recuperación de la crisis en juego.
Inferimos, pues, que Karl Marx no aró en el mar. Descubrió el intríngulis del sistema. Llegó a sus profundidades espaciales y temporales, previno su fin, sugirió métodos de aceleración para su más pronto derrumbe. Sin embargo, estuvo consciente de que se trata de reacciones o medidas proletarias necesaria y trotskistamente macroeconómicas, anticapitalistas, de difícil implementación sin una nueva moral proletaria, sin una nueva conciencia social que sólo la madurez generalizada de este sistema podría engendrar.
El proletariado del trabajador francés, por ejemplo, recientemente sugirió que las ayudas keynesianas intervencionistas deben ir al bolsillo de los trabajadores, de los desempleados, y que ya basta de ayuda a los mismos empresarios que hoy como ayer vuelven a demostrar su absoluta incapacidad para estabilizar y sostener un modo de vida cargado de mayor felicidad y paz para las masas trabajadoras.
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