jueves, 19 de marzo de 2009

Folklore al Servicio de Intereses Avasallantes

Folklorismo Alienante

Por Manuel C. Martínez M.
18 mar. 09

Por definición y como ciencia introducida por el inglés W. S. Thoms (1846), Folklore traduce “ciencia popular”. Está dedicada al estudio y praxis ocasionalmente alegóricos de las arcaicas creaciones culturales, asistemáticas y espontáneas, reveladoras de la evolución cultural de los países política y económicamente más connotados en la actualidad. Por su parte, la Historia Universal da cuenta del “folklore” de las culturas ya desaparecidas.

Como tal, la respetamos, pero nos resulta curiosa y capciosa la aplicación que suelen darle al Folklore en América Latina los gobiernos inescrupulosos que han venido compartiendo la transculturización y destrucción sistemática de la cultura precolombina.

Nos referimos a que el folklore latinoamericano, particularmente venezolano, desde la Tercera República (1830) sigue fomentando, remarcando, divulgando y hasta retomando las viejas usanzas criollas de nuestros aborígenes como si tal cosa. Tan así es que nuestros textos de Historia de América Latina e Historia de Venezuela hacen gala de un ridículo y antipedagógico exhibicionismo de la vestimenta, utensilios y armas utilizadas por los habitantes de otrora de lo que hoy se conoce como territorio venezolano y caribeño.

Ese folklorismo literario nos pinta un “indio” semidesnudo, embobalicado, timorato y “primitivo” que pareciera endiosar al invasor de aquellos fatídicos años cuando buena parte de los europeos decidieron apropiarse de cuanto territorio, Fauna y Flora y Minerales se les travesara en las ya por ellos conocidas rutas de sus viajes exploratorios con fines marcadamente politicoeconómicos. De tales aborígenes son inocultables sus aires de inferioridad. Ese Folklorismo mediático nos pinta también y en paralelo un “caballero” lujosamente vestido, a caballo, con una espadota y un “palomota” resaltada en sus ceñidos pantalones. De tales invasores sus aires de superioridad son inocultabilísimos.

Eso nos da pie para inferir que de partida estamos ante una capciosa o demagógica contradicción ya que dicha praxis termina reciclando, valorando y presentando como vivo el ya desfasado acervo de manifestaciones empíricas y artesanales, las costumbres y usanzas de primitivo estilo. Por el contrario, el acervo científico se limita a la tecnologización y actualización de los avances que van lográndose con la dinámica social e investigativa, y a la Historia de la Evolución Científica pasan como fases evolutivas todas las leyes y principios precedentes y oportunamente superados y abiertamente señalados como obsoletos.

Es más, como quiera que en Venezuela hay sobrevivientes marginales de viejas y originales civilizaciones, con sus territorios mantenidos por el sistema capitalista como “Sociedades en Barbecho” (Confere “aporrea.org”), entonces a esas sociedades se las ha pretendido repatriar, y bajo el pretexto de conservarlas y respetarles su originalidad, siguen exhibiéndolas con sus mismos retrasos tecnocientíficos, sus misma vestimenta y e iguales armamentos de milenaria antigüedad.

El fenómeno del folklorismo inducido cobra mayor importancia cuando este se da en unas sociedades modernas caracterizadas precisamente por aceleradas enseñanzas académicas, ya en sí mismas alienantes tanto en los pénsumes de las mal llamadas ciencias duras como en los de las materias humanísticas.

Pensamos que sería más provechosos para antiguos y modernos, para civilizados y primocivilizados, que estas culturas rezagadas sean presentadas con casi todas las características tecnocientíficas modernas. Creemos que al aborigen del siglo XVI debe presentarse con otros aires y no como un vulgar y despreciable tiraflechas, a fin de que los niños, niñas y adolescentes venezolanos y venezolanas, respectivamente, no sufran esa doble carga de alienación que hoy por hoy viabiliza un folklorismo sospechosamente interesado en colocarnos a todos como seres dignos de lástima y mendicantes de “ayudas” de quienes precisamente hoy como ayer se comportan como atropelladores contemporáneos, como los mismos invasores del siglo XVI.