lunes, 3 de agosto de 2009

La Renta Verdadera

Valor Permanente del Trabajo
La literatura económica viene reservando el término “renta” para identificar el ingreso percibido por el terrateniente, por el dueño de edificios, a cambio de su inquilinato, pero los sueldos y salarios son englobados dentro de la Renta Nacional como si los trabajadores fueran “rentistas”, y aunque en verdad y teóricamente son los verdaderos rentistas, de hecho no lo son por cuanto no arriendan su fuerza de trabajo y se limitan a venderla al precio de sus remuneraciones.
Vemos que a todo lo largo del ejercicio de la propiedad privada de la tierra, sólo sus propietarios o los señores feudales han gozado del privilegio de “vivir de la renta” del suelo. Así lo hizo en la América Hispana la Iglesia Católica con su famoso “diezmo” o 10 % sobre la cosecha, de contado y en bienes de primera calidad.
Los agricultores sólo se quedaban con el remanente de peor calidad. Este remanente constituía su paga por el trabajo realizado, y con el correr del tiempo ni siquiera fueron dueños parciales de la producción sino que hoy en día se limitan a recibir lo que actualmente se conoce como salario.
En el sector industrial también de observa el rentismo. Aquí un empresario patenta una técnica o registra una empresa privada y esta le pertenecerá vitalicia y hereditariamente, y con cargo a esa propiedad vivirá de las ganancias que la patente o la empresa le generen vitalicia y hereditariamente. Tal es el caso de la connotada sucesión Ford con más de 100 años viviendo de la renta proporcionada por del primer dólar que aportó su fundador allá por el año 1903.
Los obreros, Arquitectos, Ingenieros, maestros de obra, oficiales en general, y el cúmulo de ayudantes de albañilería, herrería, electricidad, decoración, acarreo, pintura, jardinería, vidriería, etc., todos ellos inician las labores de proyecto de la obra, remoción del suelo, hechura de fundaciones, erección de paredes, acometidas de aguas potables y servidas, electricidad, etc. Terminan la obra y durante su construcción reciben sus pagas semanales, quincenales y anuales, pero hasta allí.
Al entregar la obra sólo el dueño del edifico entra en el goce, uso y disponibilidad de aquél. A partir de entonces este dueño se convierte en el rentista del inmueble vitalicia y hereditariamente.
A ninguno de aquellos obreros a quienes se debe la creación y producción de cualquier bien mueble o inmueble, además del salario no se les acredita ni las gracias, siendo que ellos fueron los dueños naturales de semejante creación y producción, en la que dejaron parte de sus fuerzas y de un buen tiempo de su vida no dedicada a sus familia, ni siquiera a la construcción de su vivienda personal.
Hay una ley dialéctica, según la cual “nada se crea ni destruye”. En respeto de ella el trabajo humano aplicado a unos objetos de trabajo no puede desaparecer, y si se transforma en mercancías en estas sigue apareciendo. En cierto modo y determinada cantidad esa porción de fuerza de trabajo sigue siendo propiedad de los trabajadores involucrados.
Sostenemos que cuando un trabajador entrega su fuerza de trabajo para la producción de un bien que genere alguna ganancia o renta tiene el derecho a percibir parte de estas en los mismos términos temporales que lo haga el productor correspondiente. Dejamos a salvo los bienes que terminan en la cesta del consumidor final que obviamente les pertenecen a este a cambio del precio satisfecho en el mercado del caso y que finalmente terminan siendo incorporados a otros seres humanos como fuente de conservación de vida que son.
Estamos restringiendo nuestro reclamo a aquellos bienes muebles o inmuebles que generen ganancias por su uso, por su arrendamiento. Tal es el caso de edificios, casas, maquinarias, empresas operativas, transportes al servicio de empresas varias, etc.
El connotado “punto comercial” que a manera de “plusvalía” se convierte en fuente de lucro para el dueño del establecimiento comercial también tendría que ser compartido entre los trabajadores de ese comercio. El buen crédito, la duración de ese comercio y su mantenimiento fundamentalmente corrieron a cargo de sus expendedores y no del dueño del capital en inventario.
Es que el valor de la fuerza de trabajo volcado en cualquier mercancía de uso duradero es permanente en tanto y cuanto así lo determine la duración del bien comprometido, cuando este bein esté generando ganancia a su comprador más allá del valor de uso para el que fue fabricado.
Por eso afirmamos que los trabajadores son los verdaderos rentistas de aquellos bienes depositarios del valor permanente que permitió su elaboración. El rentismo practicado por la tierra ni el rentismo aprovechado por terceros por concepto de bienes producidos por la mano de obra no pueden ser unilateralmente usufructuados por sus arrendatarios o factores que funjan como propietarios de empresas o de otros bienes muebles e inmuebles.
Manuel C. Martínez M.
02 ago. 09

La Inmadurez Militar


Reclutar y contar con jovencitos para engrosar la soldadesca burguesa ha sido una norma constitucional. La actual Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, por ejemplo, obliga a sus ciudadanos mayores de edad a la prestación de servicios militares (Art. 134), y aunque no hace mención al número de años para alcanzar esa mayoría de edad del ciudadano, el Código civil sí la establece en 18 añitos, y esta sirve para justificar semejante irregularidad ciudadana.
Históricamente, la menoridad ha ido mermando en el tiempo. Antes era 21 años la edad para entrar en mayoría de edad. Gracias al escritor burgués Arturo Úslar Pietri y su poderosa influencia e injerencia en las cuestiones civiles y militares nacionales esa edad pasó a los actuales 18 añitos.
Han sido muchas las madres que pierden sus hijos a temprana edad luego de haber superado el riesgo de la mortalidad infantil. El Estado ha contribuido con ese logro mediante excelentes programas nutricionales y medicoasistenciales, pero que parecieran estar dirigidos precisamente a garantizar que los ciudadanos alcancen la mayoría de edad y así la clase burguesa nacional poder contar con reservas permanentemente jóvenes.
¿Por qué tienen que ser jovencitos los nuevos ingresos del Ejército?, ¿por qué nuestros jovencitos tienen que sacrificar sus mejores años en lugar de dedicarlos al logro de una carrera artesanal o profesional?, ¿por qué la soldadesca no pueden estar formada personas más maduras, de unos 30 años mínimo?
Creemos que esa menoría de edad, tan baja, responde una estrategia muy adultamente diseñada y aplicada. Sólo a jovencitos e inmaduros se les pueden inculcar la obediencia ciega a las enseñanzas militares. Entre estas está la de no protestar ni pensar con cabeza propia. Se les inculca la obediencia, a ser disciplinado u obediente sumiso. Y particularmente se les enseña que matar puede ser bueno cuando se trate de enemigos o en defensa propia.
Esas enseñanzas e pudieran ser muy convincentes y lógicas pero que no pueden ser suficientemente analizadas ni evaluadas por unos jovencitos, no sólo con una edad casi adolescentina, sino además con reducida formación académica general.
La valentía, el arrojo y coraje parecen responder a la inmadurez de la corteza cerebral más que a cualquier otra facultad natural de los seres humanos. De allí que la edad de jovencitos sea la más propicia para que ellos corran sin mayores protestas todo el riesgo que supone el ejercicio militar. Este supone el juego de sus vidas en paz y en la guerra.
Pensamos, pues, que la edad para la prestación del servicio militar no debería bajar de 30 años, salvo casos de emergencia nacional.
Manuel C. Martínez M.
03 ago. 09

La Mano Invisible del Mercado

La Mano Invisible del Mercado

La mano invisible del mercado es una metáfora polivalente. La introdujo someramente en Economía el científico escocés Ádam Smith, y pensamos que luego de más de 200 años ha sido muy aludida pero no suficientemente elucidada. La cuestionan los proteccionistas burgueses, y paradójicamente también lo hacen los marxistas. Smith sostuvo que el equilibrio del mercado respondía a un orden natural, o “divino” si a ver vamos, por lo que la acción del Estado salía sobrando.
Este es el caso: Para los intervencionistas y proteccionistas, más allá de la regulación espontánea, el mercado debe ser controlado a fin de mantener un mínimo de equitatividad entre vendedores y compradores. El equilibrio oferta-demanda evitaría tanto especulaciones como reducciones en la tasa de ganancia.
Mediante esa tesis contraria al libre mercado se pretende influir en la producción para que esta se adapte mejor a las necesidades cuantitativas populares, aunque sin ir al fondo del desequilibrio social. Un Estado proteccionista podría impedir la competencia desleal y la escasez artificial, pero con esta regulación terminaría entorpeciendo el empleo de recursos materiales y de trabajadores, cuestión esta que de entrada es intolerable para el capital. De resultas el remedio podría ser peor que la enfermedad del caso.
Es que si bien el Estado reconoce la contrariedad de intereses entre vendedores y consumidores, guarda mutis ante la contradicción entre productores y asalariados. Digamos que el Estado da prioridad al mercado frente a la producción, niega la explotación dentro de esta. Con todo eso no sólo regula el mercado sino que protege el modo de producción vigente. Se trata, pues, de un proteccionismo conservadurista.
Por su parte, el Marxismo atribuye a la contradicción de clases entre patronos y asalariados los desequilibrios del mercado. El productor sólo oferta un volumen rentable y mercadeable, y correspondientemente los asalariados deben ser solventes; afirma que al respecto el Estado se muestra incapaz de partida para ejercer una regulación eficaz debido a que es muy falso que el mercado determine la producción, sino todo lo contrario. Afirma que si no se ataca el modo burgués de producción su intervención resulta demagógica. El productor capitalista resulta ser el máximo intervencionista, el manipulador de la “mano invisible de la producción”.
Como lo maneja esta doctrina, los productores se truecan en comerciantes y los asalariados en consumidores de productos finales. Los desequilibrios del mercado son recurrentes, y a lo sumo, dice, el Estado regula ocasionalmente algunas desviaciones mercantiles pero sin llegar al meollo de la producción. Estos productores en funciones mercantiles son, al mismo tiempo, los principales liberalistas del mercado.
El marxismo tampoco comparte la idea de una regulación extraeconómica naturalista. La Economía es una ciencia eminentemente materialista e histórica, por lo que sólo la lucha entre proletarios y burgueses podría dar cuenta de las injusticias mercantiles que no resuelven la cuestionada mano invisible del mercado ni el Estado intervencionista ya que según dijimos el dueño de esa mano invisible es el empresario burgués.
La lucha convencional entre patronos y asalariados no pasa de ser simples pujas mercantiles entre un patrono que pretende minimizar sus erogaciones para maximizar sus ganancias, y un asalariado que apenas aspira a comer y vivir un poco mejor. Se trata de la vieja, desfasada, ineficiente y fracasada lucha sindicalista. En el mercado también se trata de una lucha entre consumidores y vendedores donde unos buscan más ganancias, y otros una mayor cesta alimentaria
El Marxismo ataca tanto las políticas proteccionistas como las liberalistas. Esgrime que proteger al productor es tolerar la explotación de los trabajadores asalariados, y el liberalismo supondría libertad de contratos que también beneficia al patrono frente al indefenso asalariado.
Entonces veamos otra versión de esta interesante metáfora económica:
La mano invisible del mercado es una verdadera e inviolable ley de amplia aplicabilidad inherente y connatural al modo capitalista de producción. Por insistentes y variadas que sean las regulaciones estatales siempre la puja entre oferentes y demandantes dará cuenta de la oferta, de la demanda y del precio final, independientemente del fijado por el Estado. Hacia allí apuntó Ádam Smith; de tal dimensión fue la profundidad de sus análisis.
La mano invisible del mercado explica las desviaciones o incumplimientos de la ley de la oferta-demanda ya que esta se muestra ineficaz cuando el productor decide acortar la producción por falta de demanda solvente, ante lo cual ningún otro capitalista podría animarse para suplir el faltante ya que este no existe salvo que bajen los precios, pero estos tienen siempre el límite impuesto por la tasa media de ganancia que a la sazón sirva de brújula a todo en empresariado de productores, comerciantes y banqueros.
Una cosa son las necesidades de los consumidores, otra las obligaciones del Estado, y otra los apetitos lucrativos de los capitalista, sin embargo el Estado intervencionista o liberalista siempre tiene en mientes a toda la ciudadanía que representa a todos sus ciudadanos, y no cae en la cuenta de que los empresarios sólo sirven a sus clientes. Al Estado le resulta congruente y compatibilizable las necesidades de los ciudadanos y las del capital; pensar en contrario sería negar su propia esencia burguesa.
El Estado no se enfrenta a dos clases definitivamente antagónicas, una de las cuales busca sacarle provecho al consumidor que también funge de trabajador, mientras que los ciudadanos como clientes y como trabajadores están respectivamente a expensas de los vendedores y de los patronos. Obviamente, el Estado no puede armonizar tan distintos criterios ni intereses.
Cuando Ádam Smith atribuyó un orden natural a la Economía, y de allí tomó su mano invisible, simplemente dio por estacionarias las condiciones sociales entre productores y trabajadores, pero estaba consciente de que no se trataba de acciones naturales de índole vegetativa ni algo parecido. Por eso se trata de una metáfora.
La mano invisible del mercado ha estado presente en cada crisis y su correspondiente solución sin que ningún Estado haya tenido injerencia directa ni determinante. Las subvenciones estatales o auxilios financieros siempre se traducen en déficit del Fisco Nacional con lo cual se ocasiona malestar general al consumidor, y los subsidios al consumidor desestimulan la aplicación de nuevos capitales, todo lo cual hace inoperante la regulación estatal y refuerza la ingobernabilidad de la referida mano invisible. Cierto que no todos los países capitalistas marchan igual ni no todos son viables, pero una cosa es aliviar las tensiones económicas de corto plazo y regionalmente, y otra resolver su permanente y cíclica problemática en todos los países imperialistamente involucrados.
Manuel C. Martínez M.
03 ago. 09