jueves, 7 de mayo de 2009

Antidialéctica de la Acumulación Capitalista

Antidialéctica de la Propiedad Privada Capitalista
Manuel C. Martínez M.
07 may. 09

Cuando Marx se aleja de Hegel, de quien fue excelente discípulo, seguidor y admirador, lo hace por haber logrado ver la otra cara de la Dialéctica Hegeliana (DH). De esa manera el mundo pudo verse cabeza para arriba, y no lo contrario, según la propia metáfora que Marx y Engels introdujeron. Fue así cómo apareció la primera cosmovisión científica materialista, y comenzó el derrumbe de la Filosofía Idealista que todavía agoniza en este mundo. Quien haya leído la “Ideología Alemana” estará familiarizado con este escabroso tema.
A la luz de su gran descubrimiento, el perfeccionamiento que le aplicó Marx a la DH hoy se nos presenta con una sencillez de perogrullo. Para aquel entonces fue la innovación más trascendente que la Filosofía de todos los tiempos pudo recibir. Se trata de la metamorfosis del conocimiento mismo y del de todos los fenómenos conocidos por el hombre y de los que siempre estarán en la infinita cola para ser descubiertos.
Holísticamente hablando, la Dialéctica es una de la leyes de la Naturaleza de mayor absolutez posible. La introducción de la Relatividad einsteiniana” pudo magnificarse mediáticamente porque sencillamente dejaba colar muy subrepticiamente, al mismo tiempo, un programado derrumbe de esta precipua e inconmovible ley natural.
Si hablamos coloquialmente, estamos refiriéndonos a la infinita sucesión de los cambios cuantitativos en c. cualitativos, y viceversa. La mejor y mayor divulgación de esta ley corrió a cargo de Vladimir Ilyich Lenin, y fue bien acogida y más popularizada aun por Mao Zedong
Los dígitos de la serie natural de números enteros, por ejemplo, es un palmario ejemplo de esta Ley: Así, aumentada sucesivamente la cuantía que cada número representan, su paso monodigital de 1 a 9 recoge los primeros cambios cuantitativos a secas. Al llegar al 9, la serie cambia de rostro: entonces se inicia la subserie de dos dígitos con lo cual y de paso se inaugura el algoritmo “cero” de obvia y conocida importancia matemática. Con el número 10 aparece pues el primer cambio cualitativo de la serie. Este primer cambio cualitativo experimenta luego un nuevo cambio cuantitativo que se agota al llegar a 19, momento para el cual aparece el segundo cambio cualitativo con el número 20, y así sucesiva e infinitamente posible e inacotable. Los números racionales no escapan a esta ley.
Sin embargo, bien miradas las cosas, esta ley dialéctica (LD) pareciera sufrir una fisura cuando la aplicamos al fenómeno de la Acumulación Capitalista. Recordemos que Marx le fijó como límite del crecimiento del capital (para la relación patrono-asalariado) el desgaste en la tasa de ganancia media (tgm). Esta limitación o finitud de la relación capitalista sería un efecto a largo plazo causado por la tendenciosa baja en tmg. Esta baja sobrevendría por las limitaciones propias del rendimiento técnico de los medios de producción, bajo condiciones de explotación salarial, cuyo empleo va acarreando grandes y costosos volúmenes de inventarios paradójicamente invendibles en mercados que no pueden crecer al ritmo del crecimiento de aquellos medios de producción. Estos encarecen sin cesar por causa de sofisticados progresos tecnocientíficos aplicados para la consecución de mayores volúmenes de mercancías en el menor tiempo posible y con menores costes unitarios medios..
Digamos que teórica o hipotéticamente la acumulación cuantitativa del capital físico y la relación capitalista deberían sufrir cambios cualitativos, según la LD, cambios que vienen siendo frenados subjetivamente por los grandes y modernos burgueses de las trasnacionales. Las guerras programadas en los laboratorios industriales y financieros, las plagas virales y afines germinadas en las empresas de la farmacopea burguesa, etc., dan cuenta de la creación inducida de mercados que buscan una salida al estancamiento de los mercados convencionales. Por su parte, la relación capitalista sólo se robustece con cada conato crítico de derrumbe social.
De esa manera, el Capitalismo estaría escapándose del cumplimiento de la Dialéctica, la estaría violando, y efectivamente así lo viene haciendo exitosamente desde hace muchas décadas, pero de todas maneras dicha ley conservará su inviolabilidad, en consecuencia debemos hallar una explicación al fenómeno en cuestión.
Desde acá, pensamos que la propiedad privada sigue siendo el núcleo dominante en toda relación laboral de explotación independientemente de que esta suponga riquezas en pocas o muchas manos. Observemos que en el sistema capitalista la riqueza acumulada por los empresarios sólo ha experimentado hasta ahora necesarios y objetivos cambios cuantitativos que aparentemente tenderían al infinito si no cayéramos en la cuenta de que no menos necesariamente esa acumulación debería recibir un cambio cualitativo más tarde o más temprano. La pregunta que nos hacemos es: ¿Cuándo y cómo ocurrirá su primer cambio cualitativo?
Como respuesta, empezamos a preguntarnos si realmente todo podría reducirse a la puesta en práctica de una REDISTRIBUCIÓN del ingente cúmulo mundial de la riqueza generada por dentro del escenario de dicha propiedad privada. Esta redistribución estaría muy lejos de suponer la eliminación, ni mucho menos, reducir cualquier conato de “revolución” social a las consabidas e infructuosas nacionalizaciones o confiscaciones de los principales medios de producción realizadas por unos gobernantes que siguen sin dar demostraciones de saber qué hacer ni cómo aplicar eficazmente semejante e inmenso potencial económico tan sorprendentemente acumulado bajo el régimen capitalista. Dejamos al margen las toneladas de sangre derramada provenientes de las venas de los ingentes contingentes de asalariados que permitieron y crearon semejante riqueza.
La sociedad burguesa y sus alta y mediana burguesías tienen ese pasivo con los trabajadores del mundo, en los libros de la Contabilidad Social. Pensamos que la cuestión obreril podría reducirse al paso de la factura correspondiente, pero, ojo, esto no significa que la cobranza de esta acreencia suponga la eliminación misma de la propiedad privada. Tal resultado, negado de partida, sólo supondría destrucción de todo el progreso alcanzado hasta ahora gracias al indetenible desarrollo de las Fuerzas Productivas (FP) que, como inferimos, sólo han experimentado cambios cuantitativos.
El Primer cambio cualitativo de las FP sería ponerle límite cuantitativo a la acumulación capitalista sin esperar que la tgm se encargue inercialmente del asunto. El Estado burgués podría comenzar con la fijación de un tope cuantitativo para la riqueza en manos particulares, más allá del cual cualquier excedente debería pasar limpiamente a los trabajadores involucrados últimamente en el desbordamiento de dicho tope.
Los perceptores de esta riqueza excedentaria podrían perfectamente seguir alimentando la relación social capitalista, y cada uno de los nuevos patronos quedaría sometidos a la misma limitación. Estaríamos en presencia, pues, de una novísima distribución de la riqueza. Esta empezaría a respetar la ley dialéctica de los cambios cuantitativos crecientes para que estos sufran c. cualitativos que posteriormente se traducirían en nuevos cambios cuantitativos expresados de esa manera en un creciente número de explotadores, de patronos y de burgueses. Digamos que la propiedad privada, lejos de desaparecer quedaría robustecida por causa de un cambio cualitativo en su tenencia, en su distribución social.
Convirtamos, pues, a un mayor número de asalariados en un mayor número de explotadores, y sujetemos todos estos a la condición sine qua non de no seguir acumulando riqueza sin tope alguno. Permitamos que periódicamente los propios trabajadores experimentes cambios sociales de trabajador a explotador, sin el actual albur que engañosamente permite que sólo muy pocos trabajadores y desde las condiciones actuales puedan salir de la pobreza, mientras los patronos del mundo sigan acumulando indefinidamente sus desbordadas riquezas de explotación.
¿Qué tal si Privatizamos el Poder Judicial?
Manuel C. Martínez M.
06 may. 09

Sólo es un secreto a voces la pésima e irreparable calidad del Poder Judicial venezolano, cuyos servicios dejan mucho qué desear en los distintos campos: penal, civil, mercantil y “bancofinanciero”. Dilaciones, y petulancia burocrática, inoperancia oportuna, defraudaciones sentenciales, despilfarros procedimentales, anacronías jurídicas, obsolescencia organizacional, etc., todo eso configura un cuadro improductivo para unos servicios tan valiosos e imprescindibles en cualquier sociedad civilizada, pero que cobran mayor relevancia en la sociedad capitalista cuya estructura familiar es privada y querellante por excelencia.
Esa deficiente e ineficaz calidad judicial, notoria por demás, ha servido para que con sobrada razón algunos venezolanos hayan buscado causas y causitas, y sugerido fórmulas y formulitas en búsqueda del saneamiento y mejora en los servicios del caso que nos ocupa.
Jueces, fiscales, legos escabinos, jurisconsultos, docentes, abogados, todos ellos representan una heterogénea masa de trabajadores en pugna por imponer, personal y privadamente, cada uno sus propios alegatos e inferencias, razón esta por lo que no han aplicado la cooperación interlaboral como método para agilizar los procesos judiciales ni resolverle querellas ni casaciones a los afectados de cada día.
La legislación venezolana se ha ido saturando de leyes y leyecitas, de una legislación hipercasuística donde la mayoría de sus leyes terminan durmiendo el sueño de los justos por su inaplicabilidad, su empolvamiemto o ignorancia dentro de los propios tribunales, y donde las necesidades del burócrata judicial en nada difiere del mercachifle cuyos inciertos ingresos lo mantiene diariamente en constante y estresante expectación.
Sábese que por naturaleza propia los servicios jurídicos nacionales del llamado Estado de Derecho siempre han sido públicos o al servicio, ni tan indistintamente, de tirios y troyanos, de negros y blancos, de honrados y deshonestos, de alfabetos y analfabetos, de pobres y ricos, de patronos y asalariados, de prestamistas y prestatarios, de comerciantes y consumidores, de mayores y menores, de mujeres y hombres, de heter y homosexuales, de grandes damas y grandes prostitutas, y de delincuentes y probos.
Esta indiferencia teórica y constitucional ya deja mucho qué desear en un país donde el lucro particular y los problemas familiares de esos negros, de esos blancos, de esos banqueros, de esos prestatarios, de esos asalariados, de esos capitalistas, de esos consumidores, de esos comerciantes, y de esos analfabetos y alfabetos, guía la mente y los pasos de una ciudadanía nacida, alimentada y educada en un atomizado mundo individualista y robustecidamente burgués por todas sus aristas y dimensiones.
Los hombres preocupados por la mala marcha del Poder Judicial han hablado de obsoletos métodos procedimentales, de carencia de espacio físico, de mala remuneración de la burocracia judicial, de malos hábitos del venezolano y de otra larga lista de posibles y hasta concomitantes causas de semejante anacronismo, desorganización y baja productividad del poder institucional que más peso cultural ejerce en cualquier sociedad del mundo de ayer y de hoy, inclusive más allá de los aportes culturales derivados del multisistema educativo nacional, estadal y municipal.
Pensamos que este Poder Judicial bien podría ser objeto de privatización de tal manera que su gerencia y directivos judiciales vean en cada caso ventilado en sus oficinas una fuente de lucro y correspondientemente vean también y en paralelo, una causa de quiebra capitalista en caso de que no sepan prestar buenos y oportunos servicios, ni garantizarle la razón legal a un demandante, ni sugerir el justo castigo a quien negro, blanco, rico, pobre, empresario o asalariado, haya cometido algún ilícito, delito, o violación o incumplimiento de obligaciones varias.
Esta privatización del Poder Judicial no tiene nada de extraño ni inédito, habida cuenta que actualmente la mayoría de los defensores y demandantes de la querella nacional es ejercida privadamente por abogados debidamente acreditados en su libre y arbitrario ejercicio profesional.
El libre ejercicio de la abogacía es en sí mismo un anticipo y buen ejemplo de privatización judicial. Entonces, ¿por qué no se privatiza también y definitivamente la fiscalización de los deberes y obligaciones de los burócratas de los poderes legislativo y ejecutivo? La legislación venezolana, actualmente y a la inversa, hace del poder Ejecutivo y del Poder legislativo un doble suprapoder que constitucionalmente subyuga y regula el ejercicio burocrático del poder Público Judicial. Los magistrados son preseleccionados por esos poderes, y el Presidente está facultado para casar a voluntad suya cualquier decisión que cualquier tribunal haya tomado con justificada razón.
¿Por qué no se privatiza la atención y defensa del agraviado, del secuestrado, de las víctimas del hampa común y burocrática?, cosas así.
Así como muchos servicios privados han sido nacionalizados, también algunos servicios que tradicional y contractualmente han sido nacionalizados pudieran ser perfectamente privatizados, ya que mal puede seguir el Poder Judicial en unas manos burocráticas y de difusa responsabilidad de quienes por lo general y tendenciosamente terminan convirtiendo la Justicia en coto privado.