jueves, 16 de abril de 2009

Más allá de la Plusvalía
(Todos los Estados modernos son coexplotadores)
Manuel C. Martínez M.
15 abr. 09
Por definición marxiana, plusvalía ya alude a un concepto que en sí mismo va más allá del valor de la mercancía comprada por el capitalista del dinero. Según esta concepción, el patrono compra la fuerza de trabajo libremente existente en el mercado, compra trabajo asalariado, y la asimila a una mercancía en un artilugioso plano de igualdad contable con los medios de producción que manipulará el trabajador, ya para entonces convertido en capital productivo de la empresa correspondiente.
Injustificadamente todavía, luego de recuperar en el valor de nuevas mercancías el monto del salario pagado por el uso productivo del trabajador, el explotador sigue obteniendo una cuota adicional de más valor integrado al volumen de la producción de dichas mercancías, listas para su venta a un precio superior al capital inicial que ya permitirá la puja de la ofertademanda. Esta cuantía de valor adicional al capital inicial se halla en función directa de la productividad del trabajador, y de ninguna manera de la calidad de los medios de producción puestos a la disposición manufacturera del trabajador, tal como lo afirman los apologistas del sistema capitalista. Sólo el trabajo humano goza de ser productivo o creador de valor y plusvalor, y de más plusvalor según detallaremos a continuación.
De lo ya expuesto, se desprende que plusvalor significa apropiación “indebida” practicada por un patrono cuando sus trabajadores logran reintegrarle en mercancías su capital inicial, igual al monto de de los medios de producción más el salario, más un nuevo y agregado capital por el que no pagó absolutamente nada. De perogrullo, a menor salario y mayor productividad, mayor plusvalor arrancado al asalariado. Porque ambos, salario y plusvalía, quedan añadidamente incrustados en el valor o precio previo de los medios de producción, así laboriosamente metamorfoseados en nuevas mercancías.
Tal es el concepto ortodoxo de plusvalor. Pero hay un segundo valor, uno que está más allá del plusvalor. Este “plus ultra valor” se refiere a la apropiación legalizada que hacen los gobernantes mediante ilegítimas retenciones diversas que en forma de impuestos aplican con carácter anticipado, compulsivo y hasta sujetos a penas o castigos diversos.
La ilegitimidad de tal “plusultravalor” viene dada porque el Estado “primero cobra sus impuestos y luego se compromete a prestar servicios públicos”, sin que el trabajador tenga poder sancionatorio alguno contra gobernantes corruptos o irresponsables, salvo el de volver a las urnas electorales para elegir a otro gobernante que con alta probabilidad reciclará la ilegítima cobranza de dicho plusultravalor sin garantía alguna de que el trabajador pechado reciba alguna vez satisfactoriamente las debidas contraprestaciones institucionales.
Si el patrono retiene para sí la plusvalía, fábrica adentro, el Estado amputa el salario, fábrica afuera. La plusvalía es propia de la producción y del asalariado como productor de riqueza, mientras el plusultravalor lo es del mercado y del asalariado en funciones de consumidor. De esta manera los Estados fungen de coexplotadores mancomunadamente con el empresariado capitalista.
De todo ciudadano es sabido que estamos en presencia de un albur. Los gobernantes generalmente no cumplen bien con sus funciones populares, además de engatusar al pueblo de mil maneras para que elija precisamente a sus propios cobradores de semejante “plusultravalor “. Y así como va con sus propios pies a las puertas fabriles de sus explotadores, así va a las urnas a elegir a sus coexplotadores.
Ante la ineficiencia e ineficacia burocráticas demostradas en la mayoría de los países sometidos al leonino Contrato Social Rusoniano, proponemos que el Estado primero preste onerosamente los servicios públicos y luego realice su cobranza. Mendicantes, pobres de solemnidad, desempleados y afines recibirían tratamiento especial a manera de socorros y subsidios transitorios y coyunturales.
Digamos que el Estado debe actuar tan comercial, competitiva y eficazmente con los servicios burocráticos como lo viene haciendo la empresa privada. Esta seguiría actuando hasta que el propio Estado, convertido en su principal competidor, dé cuenta de ella.
De suyo, los precios ex post justos de los servicios prestados por el Estado suplirían la cobranza ex ante del “plusultravalor” contenido en los impuestos. A malos y deficientes servicios, menores precios; los corruptos e irresponsables burocráticos serían reemplazados como malos gerentes susceptibles ipso facto de despido inmediato. Las elecciones políticas dejarían de ser de candidatos a gobernar, para convertirse en candidatos a gerenciar. De coexplotadores pasarían a ser simples vendedores. Los Ingresos nacionales convencionales que reciba el Estado por la tenencia de recursos naturales podrían asimilarse a EMPRÉSTITOS PÚBLICOS que el pueblo le hace, y sus gobernantes deberán cancelar oportunamente so pena de sanciones ad hoc. Las promesas políticas de incumplimiento general quedarían enterradas. El mercado gubernamental ocuparía el lugar de la burocracia tradicional.
P.D.: No confundir estas sugerencias con “nacionalización de empresas privadas”, es otra cosa.