lunes, 26 de marzo de 2012

Alzheimer para Bien o p. Mal. Primera fase I

Datos de un hombre que lo ha tenido todo sin tener nada al mismo tiempo.

Manuel C. Martínez M.

26/03/2012 9:35:27

Ayer estuve llorando durante muchos segundos. Recordé a mi querida Tía Ce (II), mi esmerada, abnegada y eficiente tía, madrastra y madre al mismo tiempo (III). Sigo endeudado con ella, sus acreencias sobre mí son verdaderamente impagables. Ella me crio desde mis 4 o 5 añitos, aprox. Cuando se casó, me llevó a vivir como hijo putativo con su esposo, mi tío, Sr. Hache Hache quien en lo adelante fungió como docente para mí, y en tal sentido gocé del privilgio mantuano de tener instructor privado...; lo hizo como "maestro de obras" de albañilería-construía modernas casas de adobes fabricados( IV) in situ, con techos de caña brava y vigas de madera desnuda. Yo presencié todo ese proceso, y como oficio colmó parte indeleble de mis primeras impresiones laborales. Fue en esa casa, nunca terminada-sólo la incementó en el baño, la cocina y el inmediato comedor; el resto era de tierra, olorosa y compacta.


 "Las casas de los herreros suelen tener azadón de palo." Con su grato y aromático solar que me sirvió de parque infantil exclusivo para mí solito, con su porche y jardín de frijoles, estos, visitados por bellos pequeños y saltarines insectos agrillados, siempre vestidos de medio luto. Allí, con mi Tía Ce, me enfamiliaricé también con las aves de corral, con el limpísimo"gallito" Santo Domingo y su única antigénere, y por lo cual no pudo practicar su natural poligamia.

También de mi tío tomé mis primeras lecciones de ingesta etílica: Tomaba ron con nombre sagrado, y supe de sus embriagantes vapores. En un frasco de salsa de tomate depositaba agua, papelón y corteza de limón hecho en casa. Lo refrescaba con barro y a la sombra. No recuerdo haberme embriagado, y menos aun cuando probé las calientes sobras de la cerveza capitalina servida en estiradas jarras y botellas ambarinas. ¡Qué amargo resultaban esos tragos! Nunca entendía cómo los adultos podían beber en semejantes fuentes.

Bien, Mi Tía siguió alimentándonos a todos, porque todos fuimos sus hijos. Luego de su prematuro divorcio, regresó a la casa natal, la de mi amada abuela Ge, cuya crianza, a su vez, corrió a cargo de mi Tatarabuela Pe-las personas más adultas y con alimentación descuidada de la época eran las presas favoritas de la tuberculosis pulmonar, un flagelo histórico cuya vacuna vendría décadas después. "Mi" barbero, un pariente de segundo o tercer grado, también sufrió de toses bajitas y recurrentes. Me afeitaba en su silla de madera en aquel salón adornado con barrocas caramas de venados, muy en boga para entonces. Recuerdo su tos por las repetidas pausas que se tomaba.

A ojos vistas y de manera ejemplar, Mi Abuela adoró a mi tatarabuela . Con alta frecuencia íbamos al Cementerio Municipal del Oeste de la ciudad; lo hacíamos en alegre caminata porque yo ignoraba el pesar que a ella le acompañaba ( V ). Yo era su compañero favorito, su primer nietecito, cosas así. En fin, que Mi Tía dio cuenta y crianza de todos nosotros. Fue una "burrita" para trabajar en todo: en artesanías del hogar, en artes culinarias a la sombra de su pulimentada cocina-guardo todavía, cual piedras preciosas, las de machacar carnes y condimentos en aquella piedra que fungía de matraz, colocada siempre a cielo abierto detrás de la cocina para que los desperdicios de las salpicaduras estuvieran al alcance de las canoras y alborozadas gallinas jabadas y pirocas que eran sus favoritas. La cocina era primero con leña de olorosos y lacrimosos cujíes que yo estibaba cuidadosamente y por mi cuenta, luego de recibir mis primeras lecciones. Eran tareas que me divertían tanto como si jugando estuviera: siempre las tomé muy en serio. Estiba y desestibaba, la derrumbaba y rearmaba, y así hasta que yo mismo me daba mi visto bueno.

Mi tía nos socorrió financieramente, y para entonces jamás conocí la figura de los prestamistas extraños a quienes después tantas veces molesté sin mayores trámites, armado como estaba con el poderoso aval de mi Abuela. Bastaba identificarme con nombre y apellido para que me abrieran-púber incipiente aún-mis débitos y haberes. Para entonces no se usaban las vergonzosas y humillantes letras de cambio, bastaba el compromiso del "debo y pagaré", todo de boca, todo en confianza. Esas vulgares y maleducadas condiciones mercantiles vinieron después para quebrantar amistades que se habían forjado durante varias generaciones.

Una vez-yo servía de mensajero, todo un utility de eficiente y eficaz conducta, al punto de que jamás permití que Mi Abuela fuera a bodega alguna, salvo al Mercado libre que empezaba a operar los domingos desde bien tempranito y donde con ese mismo aval de abolengo trabajé contratado para "milagrosamente" y con la mayor brevedad convertir un saco de azúcar en 100 paqueticos de 1 kg bien pesados de Bs. 1,00 c/u y subsidiados desde entonces. Mi jornada se llevaba una hora, más  o menos, a cambio de Bs 5,00 en moneda de plata, en 1 "fuerte" de los de entonces.

Una vez, recuerdo, de regreso de la prestamista de mayor confianza, amiga, compañera de trabajo y de infancia de mi Abuela, le traje la inaudita noticia de que la señora Jota, por conseja de su hijo, ya avanzado como estudiante de Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela, "sucursal" de Valencia", sólo debía prestar contra soportes jurídicos, con letras de cambio. Como yo sabía ya leer y entender perfectamente las encomiendas de parte y parte, le transmití fielmente lo que me encomendaron: _. Manuelito, dígale a su abuela Ge que debe firmar estos papeles, "aquí, mire, aquí", que con mucha vergüenza se lo pido, pero eso me aconseja mi hijo (futuro Abogado de la familia, y nuevo contrario para las familias de sus vecinos). Hasta ese día duró la amistad entre aquellas amigas quienes vieron desechos en segundos tantos años de convivencia, de vivencias, de amistad. Mi Abuela me encomendó que le regresara todo,todo  su dinero y todas sus desconfiadas letras desprovistas de firmas.


 Desde entonces,  la acompañé muchas veces al Centro, a la Pastora, casa de la señora I  Ge (?), si mal no recuerdo. Allí había muchos muebles que me impresionaron sobremanera y para toda la vida, esta que que llevo elaborando hasta ahora: un piano muy negrito que jamás había visto, un piano de cola y una hacendosa mujer, hija o nuera de la prestamista, que siempre se hallaba muy mojada y salpicada frente a una batea con cerros de ropa para su numerosa prole. Su esposo era "joyero", y ahora deduzco que era su hijo o su yerno.

 En casa de otra prestamista conocí la vajilla de porcelana blanquiazulada y el mantel de alemánico azul que desde entonces también los hice mis favoritos. Y en casa de otra prestamista di mi primera manifestación de cleptomanía inducida. Es injusto llamarme pícaro o ladronzuelo.

Este fue el caso: Los relojes de pulsera con su embrujador tic tac llamaron poderosamente mi atención. En casa de esta prestamista me dejaron en la antesala mientras Mi Abuela realizaba sus transacciones lejos de mí para que yo no conociera de esos detalles financieros. Estaba muy niño y en Venezuela se seguía la griega costumbre de no permitir a los niños oír conversaciones de adultos. Hoy, no sólo se irrespeta esa importante costumbre, sino que los adultos vociferan delante de sus hijos y con todo su heredado y reciclado acervo de insolencias y vulgaridades. Pareciera que los desprecian.

Y en la mesita de centro apareció un fulgante relojito; era de mujer, pero igualmente daba la hora y cantaba su tic tac. No pude contenerme ni lo pensé 2 veces, lo hurté y llevé a casa. Desde el momento en que ese "embrujador"  reloj entró en mi bolsillo, una ambivalente sensación de gozo y miedo me embargó. No tuve paz hasta que fue rota la expectación que sufrí desde el solar de mi casa desde donde y en línea muy recta y durnate una media hora acumulaba aquella estresante espera: Con miedo y vergúenza desatadas, vi la figura en la puerta,  y sin haberla connocido supe que era la dueña, la víctima de mi travesura. _. ¿Dónde  está el roloj, Manuelito?, me preguntó mi abuela, no menos avergonzada y cargada con su enorme pena ajena. Sufrí por primera vez una paliza con tiernas y apuñadas ramas de Pata de ratón recibida por mis piernas que enrojecían e inflamaban al menor tropiezo. Como muestra de ello, debo señalar que mis labios siempre lucían como acabaditos de pintar con fuerte carmesí femenino, al punto de que a mi mamá Ge le preguntaban porqué me pintaba si yo era varoncito. Ella me sugería que apretara los labios para salir de dudas.

Mi tía me enseñó cómo ir a la bodega, cómo comprar con la lista del caso. Aprendí sobre la manipulación de los números del comercio; hacía trucos contables para cobrarme mis diligencias en el abasto donde llevábamos crédito, como todos los pobres que trabajan primero y cobran después. Quitan de fiado la comida y le acreditan al patrono toda su fuerza de trabajo, 100% y durante toda la impuesta jornada. Me habían enseñado a leer, y en consecuencia me había tropezado con las atrayentes y coloreadas e irresistibles historietas y "suplementos de los periódicos dominicales" que yo buscaba a 1,5 Km, + o -, lecturas, todas comprables, todas hechas mercancías. Mi Abuela y Mi Tía sabían de estas insatisfacciones mías, por eso siempre dejaban una arca abierta. Yo creía que no se darían cuenta, que olvidaban donde ponían y guardaban sus pequeños ahorros en efectivo. No recuerdo haber visto billetes en mi casa, más bien monedas de calderilla.
Nunca me lo hicieron ver, salvo aquella vez de "baúl" de madera que también se mantenía libre de desconfianza.

El bodeguero de la esquina suroeste, diligente e industrioso y próspero señor Ele  B,. manejaba dos tipos de contabilidad: La de los "palotes" y la arábiga de reciente improvisación, y por partida doble. El estilizado 5, construido con veloces rasgos de zeta lo tomé de él. De su bodega y expendio de licor por las tardes, también tomé los ejemplos de sus consumidores. Supe del contenido y cantidad de una botella: 24 onzas exactas.

Ya sabía sacar cuentas, las aprendíamos casa de mi Maestra Crucita Román, durante el intervalo de 3-7 años. Era una diligente maestra multiatareada y acertada en su vocación que nos enseñaba desde la o, por lo redondo, hasta los números quebrados o fraccionarios para quienes habían avanzado con ella hasta el cuarto grado de entonces. El alumno que recuerdo más avanzado fue  Ere, siempre arreglado, vestidito de limpio y muy bien calzadito. De él tomé sin su permiso mis primeras lecciones en vestimenta y afines.

Mi maestra había formado a mi Tía Ce y a mi madre Ge de quiera era su madrina. Llevar y traer personalmente nuestra sillita de bejucos y duraderos maderos formaba parte de nuestros "ejercicios" matutinos. Con semejante y denso prescolar entrábamos a la Primaria. Cuando mi Tía me llevó a su casa me inscribió directamente en mi Primer grado, sólo para niños, en escuela graduada, la regentada por las Hermanitas B. Se la pasaban de luto, no recuerdo haberlas visto vestidas de otro color. Este pionerísimo centro de estudios, luego de varias décadas, terminó como un vulgar "patio de bolas", de las antihigiénicas "bolas criollas", típico deporte favorito venezolano e importado de Europa, aunque desmejorado en materia sanitaria, y favorito de borrachos y vividores del juego. En ellos ha recibido una densa y colateral enseñanza la niñez y juventud venezolanas en casi todo su territorio nacional, sin que ningún Estado ni gobernante hayan prohibido ni regulado eficazmente la permanencia de menores en ellos, de los hijos de los "deportistas", en semejantes centros de divertimento muy poco edificantes para la sociedad de ninguna parte.
Estos recuerdos prealzheimerianos continuarán, ¡van a continuar!

Sobre Crucita Román he escrito y hoy hay una microbiografía suya alegremente guindada en el cielo y custodiada por Internet.

I
http://www.sadelas-sadelas.blogspot.com marmac@cantv.net

II Su nombre traduce "el poema", la canción". Eso lo descubrí cuando aprendí latín en mi bachillerato saliente, liceo dionde me inscribí con mis pasos contados, luego de que mi amigo de segunda infancia, de adolescencia y de primera juventud y parcialmente de mi adultez, Erre Jota, rechazó la encomienda de mi mamá Ge que me había inscrito en un semiliceo de elementales enseñanazas economicistas, el de comercio. Erre me dijo con énfasis convincente: Manuel, estudia para doctor, y para ello debes graduarte de bachiller , allí en el Liceo pedro Gual sito en el corazón mismo de ciudad. a más de 2 Km de distancia.

 Para entonces, el nombre e Mi Tía tomó para mí otra interesante dimensión de afecto y admiración. Me enorgullecía saber que así ella se llamaba y lo representaba. A partir de entonces todas las Ces quedaron enfáticamente asociadas a mi Tía Ce, tía y Madre verdadera. Por cierto, nunca la reconocimos abiertamente como tal, los honores maternales los monopolizó mi madre de sangre, quien, a su manera y por razones genéticas, de tales rasgos tuvo notorias carencias, en particular hacia mi semihermana   Ene y h. mí, quienes, como primero y segundo hijos compartimos esa orfandad que, en mi c aso y no de Ene, fue también de padre. A este lo conocí más adelante cuando yo ya daba cuenta de mis propias necesidades en esa escala de niñez y para el resto de mi vida. Gocé de mucha libertad fuera de la casa hacia donde me lanzaba en búsqueda de "trabajo" para empezar a cubrir mis propios gustos con mi propio fiananciamiento.Nunca pude salir a la esquina sita a 50 m de la casa sin tan siquiera "una locha" ya trabajada por mí mismo en mi bolsillo. Él fue llamado para rescatarme de los malos hábitos que andan libres en neustras calles de siempre.
   Él Me inscribió en Segundo grado, año 1948, Grupo Escolar Simón Rodríguez, Venezuela, Valencia, Municipo Candelaria, de amplias comodidades con envidiable, atractivo y rico parque de recreo. Estaba dotado de costosos artefactos deportivos: columpios, tovogán, barras, ruedas giratorias de acero y petrificados maderos, todo bajo la protección de aquellos samanes, siempre obsequisos con su flora salpicante, sus vainas cargadas de semillas castañas, con perfumes e impresionantes colores. Para ese entonces, el Dique de Guataparo abría periódicamente sus gratuitas aguas para el regadío de aquella periferia rural que acunaba la Valencia preindustrial y apacible. Luego supe que esas algas eran el semillero de  antibióticos aertificales que nos vendería después la faramcopea Treansnacional o capitalista, gacias a los hallzgos sintéticos del investigdor Alexander Fleming.

.Para un grupo de compañeritos de escuela, Los Canales_ así los bautizamos-,eran le escenario de nuestra piscinada, nuestra diaria competencia en aras de conquistar primero el rompimiento-chuzo o clavado- de la tupida capa algosa que cubría aquellas frescas, movientes y limpias aguas, apenas turbias y cargadas de humus en invierno.


Cmo ya era fumador, antes de emprender neustro viaje a la "piscina"   comprba me abstecía e cigarilos antihigiñénicos que eran vendidos a granel, servidos por la desaseaa  manos del quiosquero de aquella calle Arvelo, cruce c/ prolongación de la llamada para entonces: Avenida Constitución, hoy Las Ferias.. Era un gusto muy exclusivo de mí frente al resto de mis compañeritos. Tomé el vicio por imitación de los adultos vivos y virtuales , prncincipalmente, de los galanes de cine importado. Este vucio mercanti lo reforcé en mi bachillerato. Cuando aprendía Biologçía e higiene de los aparatos orgánicos leí en la bibliografía correspondeinte: "La ingwesta de tabaco, en iuna dosis de 4-6 cigarrilos, estimula la inteligencia. Este libro de texto no lo he visto mçás ni siqueira en las numerosas libre´rias de viejo o cghiveras ue tanto he visitado y de donde he podio enriquecer mi coiosa y valaioda biblioteca. (Borador, estas aprtes se corregirán despúes.) Otra digresió. Estas retomas d eveivencias son tan impsionates par mí como si ahora stiviera protagoniandolas en viotioenmpoo real. A tal punto, de que he empezado a no saber correctamente si envejecemos o hacemos otra cosa (borrador...)

Allí y así me hice de muchos amigos para quienes siempre fui y lo sigo siendo, Eme Molina, no obstante haberme hecho concocer a mí mismo, 6 años después, como Manuel Clemente Martínez Molina. Así lo hice cuando, luego de revisar mi partida de nacimiento, un requisito sine qua non para la inscripción en Secuandaria, observé en ella aquella "nota marginal", según la cual yo era una persona, un hijo, "reconocido", como tal por Fulano de Tal, ¡ilegítimo, pero reconocido!, ¡vaya, qué dstinción civil!, tán emocionante, infatuante y no menos alienante.
Mi ABUELA, así en altas para diferenciarla de la paterna, me deleitaba con sus añorados recuerdos, cuando de niña  paseaba por  aquellos jardines pintados con  fresas colgadas en las enramadas de porches, vestíbulos  y frontales de las casa de su  barrio, el mismo donde viví los más sensacionales momentos de mi vida acumulada hasta ahora.

La escuela primaria, fuera de mi escuelita, la de Crucita Román,    nunca fue de mi agrado, y rompí con ella motu proprio sin que nadie me lo impidiera, luego la retomé por mi cuenta en el Grupo Escolar República del Peru, misma ciudad, misma parroquia, más cerca de la casa, y donde luego de repetir el 4to. grado empecé a interesarme por lo que estaba aprendiendo "entre rejas". A lo largo de mi carrera estudiantil, de aprendiaje sistemático, quiero decir, repetí también mi segundo grado debido a las frecuentes mudanzas de mi vida infantil,. Estimo en 7 las distintas casas donde viví por cortos años en suma, siempre en la misma parroquia, luego de haber nacido en La Pastora,  en La Maternidad, donde  asistían gratis a las madres  de bajos recursos, y a las de no tan bajos por igual.


A mi padre  Erre, luego de enterarme de su  "generosidad" y responsabilidad civil por aquel reconocimiento,  no sólo le serví de auxilio económico, sin yo disponer suficientemente para mí mismo, sino que, como herencia póstuma, me dejó dos de mis semihernanas paternas. Ellas, ingenuamente, me confesaron que nuestro padre de sangre común les había alertado para que, en caso de necesidades perentorias, acudieran a mí en el bien entendido de que con algo las auxiliaría, pero que de ningún modo me prestaran ningún favor doméstico, como mandados o afines, porque "ellas no eran sirvientas de nadie". Siempre me vio, más bien, como un recurso alimentario de sus deficientes coberturas económicas, en vida y posvida. Supe después que su familia dispuso de una situación económica holagada. Mi abuelo, Jota, era "carretero", tenía una pequeña flota de carros de mula y afines, y prestaba servicios al Madaero Municipal, en una época cuando el automotor norteño no había penetrado el mercado venezolano. El "mal de San Vito" sufridpo por mi abuela paterna consumió el capital   de su amante esposo,  y así la ruina de  la familia se se instaló sin miramiento alguno.

III Tiempo atrás, mi tintero de plumafuente se habría potenciado con mis excreciones lacrimales. Mis ojos siguen sobrehumedecidos. Esta observación sigue vigente.

IV Adobe: Mezcla informe de barro bruto, yerbas y pedruscos que se hallaban en la misma parcela donde se erigiría la casa en cuestión. El barro provenía de la tierra con la que se construiría los 4 o más m3 del pozo séptico o del "excusado", según el caso. Las yerbas procedían del desmonte de la misma parcela. Se les moldeaba en rústicos e improvisados cajones de 4 lados, sin tapas ni fondo. Luego de predisecados al sol, con suavidad casi afeminada, con ligeros movimientos se dejaban al descubi erto para su completo secado y templado. Listos para ser arrumados en arquitectónicas presentaciones que sigo observando en las aladrilladas paredes carentes de revoque e infatuadas con sus vivos lacres tomados de la Naturaleza.

V Mi querida abuela Ge nació y se formó con tanta fragilidad humana que, hasta donde recuerdo, lloró a mi Tía Ce durante todos los días, más allá de los "novenarios", más allá de los meses y funerales, más allá de los recordatorios y obituarios anuales. Ella pudo volver a la vida "normal" cuando, a manera de gracia divina, recibió el Alzheimer. Entonces volvió a reír con sus recuerdos más queridos, porque nunca, que yo supe, mencionó para nada los malos recuerdos que pudo archivar inconscientemente, pero que, al no al "refritarlos", fueron liberados de su excelente memoria para dar paso a nuevas informaciones, a sus bellos recuerdos de su juventud temprana. Y mire que recuerdo todas o casi todas sus anécdotas del trabajo, de su casa, casa que ayudé a construir arreglando aquí, reparando allá, pintando, entechando, cepillando puertas, desoxidando las cantoras bisagras, haciendo de plomero, de carpintero, de jardinero, de sembrador, de criador y hasta de un poquito de radiotécnico y electricista: cables rotos, cuerdas radiales dislocadas, cosas así. Conocí desfasadamente a sus más íntimas, queridas coadolescentes y amiguitas; yo la acompañaba como lazarillo a las puertas de esas casas de la vecindad que para ella seguían tan vivas como sus recuerdos, y como muertas lo estaban para mí. Luego de llamar y preguntar por ellas, se conformaba pensando que habían salido, que volveríamos después. Una desagradable desavenencia familiar me impidió asistir y acompañarla en los últimos momentos de su vida, ni asistí a su entierro; no supe de ella durante varios años, quizás los de mayor necesidad para ambos. Afortunadamente, el divinizado Alzheimer la protegió de tan ingratos momentos. Continuará.