lunes, 19 de marzo de 2012

Siembra del Petróleo en Venezuela(El p. dejó de ser silvestre)


¡Por Fin Empezamos a Sembrar el Petróleo!
La Revolución Inmobiliaria en Venezuela
Manuel C. Martínez M.
18/03/2012 9:08:05
Tardamos 2 o 3 generaciones de venezolanos de la primera mitad del siglo XX, para empezar a inquietarnos por la conversión del petróleo, de producto natural en mercancía, en una mercancía ajena, adquirida por compañías exóticas, con personal exótico y con recursos no menos exóticos (Léase: Concesionarios).
Porque cualquier bien natural, tan pronto es tocado con la "varita" del capitalismo resulta "expropiada" por el dueño de esa varita, y hasta ahora no habido manera de evitarlo. El petróleo fue nuestro, fue sembrado silvestremente por la Naturaleza regional. Fue colectivamente nuestro, pero su conversión mercantil engendró el monstruo bautizado por Carlos Marx como "Capital", y el capital no es de los venezolanos nacidos aquí, no es de nadie en particular, le pertenece al sistema capitalista mundial.
La inquietud sobre la fuga de la tierra de nuestro subsuelo petrolero, como en paralelo lo fue la fuga de todo el mineral de alto tenor del extinto Cerro Bolívar guayanés (allí sólo dejaron escoria), esa inquietud, decimos, partió del insigne intelectual venezolano, Dr. Arturo Úslar Pietri, quien, muy probablemente y a pesar suyo, debía responder a sus intereses clasistas, esos que tan involuntariamente subyacen bajos los pies de quienes nacemos dentro de este u otro modo de vida.
Úslar se dio cuenta de que con el petróleo crudo se iba nuestra tierra, que estábamos vendiéndola a precios de gallina flaca, que nunca supimos, como todavía no lo sabemos, cuánto vale un pedazo, unos gramos, unos litros, unos barriles de la Tierra, donde quiera que se hallen esas porciones que arrancamos de ella y las mercantilicemos: encima, sobre o debajo del suelo, de acá o acullá.
A Úslar le ocurrió lo que a Aristóteles, cambiando lo que se deba, por ejemplo: el Estagirita no pudo ver la fuente del VALOR en el trabajo de los esclavos, se lo impidió la propia sociedad donde operaba, esa sociedad esclavista que moldeó su pensamiento, desde su mundo externo hasta sus sentidos con sus cargas culturales sobre cómo vivir, de qué vivir, sobre quiénes trabajan, quienes no lo hacen, etc. Para Aristóteles sólo trabajaban los animales, la Naturaleza, un vestigio paracientífico que fue reivindicado unos 1.000 años después con el padre de la Macroeconomía incipiente, François Quesnay, Fisiócrata por excelencia.
Con semejante mentalidad esclavista, Aristóteles fue un cegato ante el intrigante e "inextricable" fenómeno del intercambio mercantil, un misterioso y enfetichado "enigma" que impuso sus buenas centurias para ser dilucidado por el gigante y no menos insigne Karl H. Marx. Y mire usted que Aristóteles le dio vueltas y + vueltas al asunto, y tan bien armado como se hallaba con su portentosa genialidad de marras.
Aristóteles presumía la existencia de algo en común que necesariamente debía darse en las mercancías intercambiadas sobre la base de que sólo se cambia una cosa por otra cuando sean de igual peso (valor trabajo), pero las mercancías, vistas como valores de uso, resultaban y lo siguen haciendo muy diferentes entre sí.
Luego vinieron los apologistas del capitalismo, tan exóticos como aquellos viejos concesionarios, y ahora, aliados incondicionalmente con los burgueses locales venezolanos. Estos optaron por industrializar el país sin tener industriosidad alguna, aunque sí muchos apetitos por la Renta Petrolera, y eso hicieron: saquearon no literalmente el Fisco Nacional. Una prueba contundente fue el último vestigio de podredumbre burocrática conocida como Corpoindustria, donde sus Directivos se despachaban y daban el vuelto a cambio del famoso 10% de recargo tácito y por concepto de vacuna industrial para todos los beneficiarios de semejante y sabrosa piñata petrolera, los pequeños y medianos industriales, más nominales que funcionales, con las raras excepciones del caso.
El daño al país causado por estos falsos empresarios o falsos industriales fue tal que no sólo tomaron indebidamente parte del Erario Público, del petróleo público, sino que frenaron el desarrollo de sus trabajadores, suerte de pseudotrabajadores a quienes colocaban para cubrir formalidades financieras, y para hacerle ver a los pendejos de este pueblo que estaban "dando fuentes de empleo". Nada más falso porque sin industriosidad personal ni competencia empresarial y sin esfuerzos personales laborales no se desarrollan ni los animales. Cuando iban a la posible quiebra por sus carencia de interés y de tecnología personal para hacer progresar su "capital" con productividad de "plusvalía y todo, un capital cosechado por el petróleo, entonces sus contables, siempre amanuenses, siempre serviciales, ajustaban sus encuadernados libros para declarase en quiebra inminente, y chantajeaban de nuevo con el "coco" del cierre de sus "empresas" y despido masivo de sus trabajadores, de quienes muy poco fueron tales. Con semejante artilugio contable, el Estado no sólo les condonaba la deuda social impagable que había contraído, sino que les otorgaban nuevos pedazotes de la "inagotable" misma torta.
Es un hecho comprobable que buena parte de la apatía y renuencia a colaborar con el gobierno actual, por parte de la llamada empresa privada, respondería a su inocultable incompetencia técnica e inexperiencia empresarial, y temerosa de que este nuevo repartidor de la misma torta probablemente les exija una idoneidad empresarial de la que carecen porque jamás la han tenido, exigencia con la que antes pasaban eximidos. Sus habilidades técnicas han sido sobradamente excelentes, sí, para la picardía contra el Fisco Nacional.
Ocurrió que nuestros honestos y potenciales trabajadores han sido más rentistas que industriosos, y ese petróleo nos bloqueó lo poco que lo éramos hasta la llegada del concesionario petrolero. Con esta carga de frenos antidesarrollistas de la fuerza de trabajo, el país siguió sin saber cómo sembrar el petróleo, sin reproducir la tierra de donde venimos.
Ahora, por fin, ha llegado una Revolución Petrolera, ahora estamos sembrando la tierra móvil del petróleo y convirtiéndola en tierra naturalmente inmobiliaria hecha viviendas propias de los emergentes copropietarios que en este sentido recuperan el carácter público y colectivo que se venía perdiendo desde hace sus buenas 10 décadas de mercadeo petrolero, viviendas, afines y hábitat, entre otras formas concomitantes de convertir la mercancía que, por ahora, seguimos teniendo como tal, en productos para la vida natural.