domingo, 25 de enero de 2009

El Rey Negro Midas

El Rey Negro Midas

Manuel C. Martínez M.

23 oct. 08

Historias e historietas griegas versan sobre el pedimento que hiciera el rey Midas a su dios Tracio. Este gobernante frigio quiso disponer fácilmente de mucha riqueza, la que entonces, como ahora, se materializaba en el precioso oro. Los alquimistas de otrora se abocaron a su complacencia.

La conocida leyenda mitológica afirma que al avaro rey le resultó tan fácil llenarse de riqueza que hasta sus seres más queridos y sus bienes alimenticios salieron de su habitaciones y cocinas para ociosamente almacenarse en voluminosas bóvedas. Este rey se vio obligado a la renunciar de semejante método de enriquecimiento personal.

Curiosamente, la belleza de ese metal es válida para todos los seres humanos sin distingos sociales de ninguna índole. Su poder de polarización es amplio e intensivo. Mientras más se lo posee más nos baña. Su influencia social, su encanto o aprecio económico, data hace unos 5 mil años, según versiones de algunos rebuscadores de desclasificados antropológicos.

Una de las moralejas de este mito perfectamente puede ser la búsqueda de óptimas facilidades laborales derivados de modernos fines comerciales. Los fomentados e incesantes incrementos de la productividad del trabajo coadyuvado por mejoras tecnocientíficas en los rendimientos alcanzados para los “medios de producción” han desembocado en el presente sistema de producción social. Efectivamente, el lejano límite de la acumulación de capital, la facilidad de su práctica y la aceptación universal de que sólo seremos felices gracias a la riqueza material privadamente no compartida, es la mejor mercancía ideológica que nos ha vendido convirtiendo en modernos clones de aquel desgraciado y regio burócrata de la antigüedad.

Midas representa al burgués apresado en su laberinto financiero, comercial y productivo. En este encierro sólo tiene dos opciones maniqueas e irrenunciables. O sigue tocando su propio oro para multiplicarlo gracias al trabajo ajeno asalariado, o perece en los bolsillos de su competidor más inmediato.

En el caso de la forma material de riqueza que por ahora mueve al mundo mecanizado, es decir el petróleo, presenta una insuperable facilidad para ser tomado, vendido, transportado y aplicado a todo tipo de necesidades modernas.

Por analogía, la agotable riqueza del petróleo es asimilada al precioso metal connotado como bello por su rubicundo color.

Y es el caso que al petróleo lo conocemos como “oro negro” por su precioso valor comercial. Sus demandantes lo desean, los gobernantes lo codician y hasta han hecho depender de él el progreso social y sus propios bolsillos con sólo disponer de su empleo para tal o cual fin, venderlo a tal o cual cliente, sin importarnos para nada cual es el fin de semejante y expedito enriquecimiento.

¿Acaso nos pasará como a Midas, quien se vio obligado a bañarse en un río de agua limpia y así limpiarse de tanta y tan pegamentosa inmundicia, entonces del rubiricundo color amarillo, y ahora negro?

Por eso damos en llamar rey Negro Midas al capitalista moderno que sigue deseando enriquecerse de la manera más egoísta y fácil como lo hizo el mitológico rey de la lejana Antigüedad suereuropea.

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