martes, 25 de agosto de 2009

La Frontera de la Divinidad
Manuel C. Martínez M.
25 ago. 09

Las discusiones humanas sobre “el más allá” son de vieja data. Precisamente, mientras más nos adentramos en las profundidades de los pueblos originarios y primitivos más nos encontramos con una cultura practicante de un incuestionable respeto inmaculado sobre diversas “deidades” que en común responden al conjunto de poderosas fuerzas naturales, permanentemente incomprensibles para el común de los mundanos “del más acá”.
La educación popular y universal y occidental arranca con la Edad Moderna, inspirada con los enciclopedistas del siglo XVIII de los últimos 20 siglos, a pesar de que todavía se reproducen analfabetos con variado grado de ignorancia.
A mayor número de alfabetos se ha ido gestando un mayor número de investigadores científicos, de filósofos, de escritores, de músicos, de pintores y de poetas. Los matemáticos, los geómetras, los físicos, los químicos y los biólogos han descollado en lo que podríamos llamar un acercamiento hacia la frontera de la divinidad. Su formación académica y su incursión en las leyes de la naturaleza los hace personas especiales y a quienes, aunque imperfectamente, se les puede atribuir cualidades paradivinas, también se las ha considerado personas muy peligrosas y lejos de inspirar simpatía han sido perseguidas o doblegadas.
Los casos más resonantes de opresión y severos castigos para quienes se han atrevido cruzar la frontera de la divinidad, y por esa razón han sido consideradas como muy peligrosas, son los de Sócrates, Giordano Bruno, Miguel Servet, Galileo, Mozart, Marx y todo ese cúmulo de marginados, ignorados , silenciados y excluidos a quienes los grupos de poder no les han perdonado su atrevimiento a cuestionar las reglas, los dogmas y el acervo preexistente que garantiza estabilidad para los poderosos de turno.
El desenvolvimiento de la frontera intelectiva entre el mundo meramente terrenal y el mundo divino ha sido siempre terrenalmente impuesto a conveniencia de las clases poderosas que históricamente han germinado sobre este planeta.
Los primeros poetas, los primeros pintores, los primeros geómetras y los primeros físicos, y los “profetas” en general, a quienes la historia moderna atribuye credenciales despectivas como las de brujos, supercheros, adivinos, herejes y demás descalificativos, jamás fueron bien recibidos, y en su mayoría recibieron la muerte inducida como castigo.
El sacerdocio cristiano ha jugado un papel relevante en esta criminalización contra las personas que por sus conocimientos académicos o intuitivos han identificado y señalado algunas causas físicas para muchos fenómenos físicos catalogados ex ante como coto privado de Dios, y consecuentemente su manipulación terrenal como atrevidas violaciones del poder de Dios.
La Biblia, por ejemplo, no apoya el trabajo; en el Pacto Edénico, por ejemplo, el trabajo se o considera castigo de Dios precisamente porque sólo el trabajo puede elevar al hombre hasta la frontera de la Divinidad más elevada, si por esta entendemos el cúmulo de descubrimiento de las leyes de la naturaleza.
Los grupos de poder son cuidadosos en mantener a raya a la mayoría de las personas para las que exige solamente fe a a toda prueba ya que es la única manera de que los terrenales puedan desenvolverse en armonía, y reserva castigos para los ateos e intelectuales que no se avengan sumisa y servilmente a los interés del grupo dominante.

Modernamente se inventó el Premio Nobel para premiar la sumisión de los transeúntes de la frontera de la divinidad. Albert Einstein, director y coconstructor del arma más mortífera concebida y puesta en práctica por los terrenales de todos los tiempos, fue Nobelado. El resto de los premiados han sido intelectuales e investigadores científicos de alto valor cognoscitivo que han sabido bajar la cerviz y llenarse de dólares. También la bajó el sabio Galileo a cambio de su vida.

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