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viernes, 6 de agosto de 2010

Ni asalariados ni pobres

Conozcamos al Proletariado

(Ni asalariados ni pobres)

Manuel C. Martínez C.

04/08/2010 18:47

El proletariado es la principal clase social, en calidad y número, de muchas de las sociedades conocidas. Siempre ha estado protagonizado por trabajadores explotados por terceras personas. Sus integrantes usualmente tienen pocos ingresos de escasa duración y corto alcance, y como única propiedad, además de su fuerza de trabajo (FT), exhiben mucha carga familiar además de las ilimitadas deudas públicas contraídas en su nombre por sus gobernantes.

Entre esta clase hay unos más pobres que otros, a pesar de trabajar como burros maltratados durante toda su vida, inclusive desde su temprana niñez y hasta su tardía vejez. Es una clase social que durante los últimos 100 años se ha ido enriqueciendo demográficamente gracias a las gestiones “humanitaristas” en favor de mayoridad del hombre y la mujer, y de la “liberación feminista”, así como la de los hombres que acusan formas sexuales no convencionales.

A los adolescentes se les salta años a fin de integrarlos más prontamente a las bolsas de trabajo, ya con responsabilidades civiles y penales. A los llamados gayes se les abren caminos morales en un plano casi igualitario con el resto de los sexos, y con igual fin en favor del incremento de la masa de trabajadores disponibles y aptos para su coexplotación en esos centros fabriles, comerciales y bancarios. Connotados movimientos sociales modernos, identificados con el eufemismo de “reivindicaciones feministas” han ido sacando a la mujer de sus hogares, de su maternidad, de sus maridos, con el subrepticio y perverso fin de penetrarlas a los centros fabriles, comerciales y bancarios 1

En teoría, es la clase de avanzada social con mayor fuerza potencial de lucha en favor del desarrollo de su capacidad laboral. Ésta fuerza reproduce el valor de sus salarios, y produce las ganancias patronales de los dueños de fábricas, de los comerciantes y de los banqueros. La “Ley del mínimo coste y máxima ganancia” (ley de oro de la Economía Burguesa), rige para ambos contratistas: el patrono lucha por la minimización del salario, y el trabajador lo hace por su maximización. Digamos que trabajadores y capitalistas jamás hacen equipo social, simplemente viven en lucha y contradicciones con tendencias antagónicas.

Cabe acotar que cada proletario en funciones en fábricas, comercios y bancos financieros, produce una plusvalía que macroeconómica o globalmente forma parte integral de la masa de plusvalía que terminan repartiéndose porcentualmente y a partes iguales, los fabricantes, los comerciantes, los banqueros y los gobernantes.

Cabe, pues, sopesar la inconmensurable capacidad de creación de la riqueza material que alberga el proletariado y que termina poseída en propiedad privada por los ricos del mundo, a tal punto de que toda, absolutamente toda, esa riqueza material acumulada durante milenios procede del trabajo impago de los proletarios de este mismo mundo sobre la base de relaciones sociales laborales, forzadas, que modernamente se admiten como contractuales dentro de ese Derecho Positivo Civil Burgués que data desde los tiempos mismos de la Revolución Francesa emprendida exitosamente por los distinguidos, historiados y connotados políticos, diputados y juristas, literatos y Sociólogos, todos cuadrados con la causa burguesa en contra de los antiguos explotadores feudales y esclavistas.

Semejante contrato mercantil laboral entre asalariados y capitalistas funciona entre trabajadores proletarios que siguen vendiendo, bajo múltiples versiones sociológicas y contables, su única mercancía llamada fuerza de trabajo a un precio salarial cuyo valor de cambio en el mercado es siempre muy inferior al precio del valor que dicha FT agrega en fábricas (Producto Interno Neto-PIB-) a los medios de producción ajenos ya apropiados por su comprador o patrono gracias a la misma plusvalía que jornada tras jornada va acrecentando dicha riqueza ajenamente conculcada.

Digamos que tenemos un proletariado que mientras más trabaja más enriquece a sus patronos, más los fortalece , razón por la cual él va perdiendo estímulos para seguir operando dentro de semejantes y leoninas relaciones de trabajo, para él, y de relaciones de explotación para su contratista. En ningún momento, ningún asalariado trabaja para un solo patrono, sino para toda la clase capitalista.

La vida del proletario transcurre entre reclamos por mejoras de ingresos que son tragadas por la inflación en los precios de su cesta familiar, y la entrega gratis de una mayor riqueza acumulada para los capitalistas. Por eso, la lucha de clases moderna debe centrarse, primeramente, en una supresión de los asalariados y, sólo consecuencialmente, de los pobres.

1

http://clio.rediris.es/udidactica/sufragismo2/origfem.htm

miércoles, 17 de junio de 2009

Capitalización de Principios Marxistas
Manuel C. Martínez M.
13 jun. 09

Este es el caso: hipotéticamente durante el Socialismo el Marxismo contempla remuneraciones laborales proporcionales con la productividad del trabajador, con su aporte al Producto Nacional. Bueno, este mismo “principio socialista” lo viene aplicando el capitalismo con todos sus asalariados. Su cumplimiento ha sido fundamental como estímulo a sus trabajadores y para complacencia con un sindicalismo defensor del salario, y no su enemigo.
Es que los patronos jamás han mejorado en un céntimo el salario sin que sus beneficiarios no les hayan reportado su reintegro y correspondiente plusvalor. Recordemos que el patrono realmente no comparte ganancias sino que cada mejora al trabajador representa para él una nueva inversión que forzosamente debe resultarle rentable mediante nuevas dosis de plusvalor.
Recuérdese también (o téngase bien claro) que los patronos prefieren cancelar parte de las ganancias a fin de año que mejorar el salario dentro año porque sencillamente esas mejoras les acarrearían otros desembolsos que se hallan estricta y numéricamente ligados al salario con lo cual bajaría su plusvalor y con esto la tasa de ganancia.
Además, desde hace algunas décadas, una vez que se mundializó el régimen burgués y el capitalismo extendió su reinado en Occidente y Oriente, en el Norte y el Sur, se viene observando una igualitarización del salario. Por ejemplo, el renombrado SALARIO MÍNIMO se ha impuesto anualmente a fin de regular los tabuladores salariales de cada país. Este SM corre a cargo del Estado de tal manera que luzca más como una defensa gubernamental del trabajador que como una imposición del patrono.
Los sueldos homologados en universidades a favor de una legislación laboral que prescribe igual salario para igual trabajo son evidentes manifestaciones de que sigue importando la productividad del trabajo y según ella así se le remunera.
Por otra parte, dentro del capitalismo se viene aplicando mejoras salariales para los trabajadores de peor formación técnica con cargo a desmejoras salariales del personal altamente calificado. Esto es una clara aplicación del “principio comunista” que prescribe remuneraciones al trabajador de acuerdo con sus necesidades y hasta allí.
Ambos principios son pruebas irrefutables de la más clara capitalización de principios supuestamente marxistas.
Digamos que el sistema capitalista ya superó la fase de estimulos al trabajo en fábricas con miras mejorar la producción ya que hoy la sobredemanda supera con creces la producción rentable, de tal manera que la premonición marxista según la cual la tasa de ganancia bajaría hasta la irrentabilidad de las inversiones, está hoy por hoy en tela de juicio. Esa caída sería el comienzo del fin del sistema capitalista.
De todos los costes intervinientes en la fabricación de una mercancía el más pesado y conflictivo es el de la mano de obra. La grandes empresas suelen organizarse volumétricamente: crecen horizontal y verticalmente mediante trusts paramonopólicos que les permiten integrar y controlar el suministro oportuno de todos los insumos en cada una de las empresas coasociadas , pero estas asociaciones dejan por fuera la autonomía de los diferentes trabajadores. Como la mecanización y mejor organización y división del trabajo se ha logrado incrementos en la producción con mínimos esfuerzos laborales, el gasto en salarios ha ido reduciéndose y las amenazas del descenso de la tasa de ganancia se han disipado.
El marxismo incipiente no tomó en cuenta la sobredemanda. Pensó que la demanda crecería sólo en función de las mejoras salariales sin tomar en cuenta la posibilidad de una demanda estándar reducida a nivel de la mediocridad que está caracterizando el consumo de las grandes masas de trabajadores a quienes cada día se les exige menos preparación técnica por aquello de la mecanización y de la maximización de le división del trabajo.
Artículos de tercera, mercancías desechables fabricadas con desechos, de pésima calidad, alimentos sintéticos, y una educación popular formadora más de idiotas que de gente reflexiva garantizan una demanda siempre creciente e igualmente rentable.
En cambio el marxismo acertó con la creciente formación de un Ejercito Industrial de Reserva que hoy es el mejor aliado del burguesismo contemporáneo. Ahora cada trabajador está recibiendo el menor salario independientemente de su aporte al PTB, ya que este ha terminado por estandarizarse.
La maquinización universal, los métodos organizativos y una elevada división del trabajo hasta reducir las tereas a simples manipulaciones que requieren muy poca preparación y esfuerzo laboral, han convertido al asalariado en simples piezas reemplazables tan pronto den manifestaciones de disconformidad. Esto se afirma sobre la sobrepoblación de personas aptas para el trabajo. Su oferta ya supera con creces a su demanda, y como ésta está previamente regulada de tal manera que le trabajador obedece y se muestrea conforme o sale del mercado laboral para entrar en la masa de marginados e indigentes que serán bien recibidos como apetecibles banderas políticas para los modernos gobernantes populistas más ligados al empresario que al trabajador.
El trabajo informal se ha formalizado, la adulancia política como requisito burocrático, migajas gubernamentales a cambio de votos irreflexivos, y un minimización del grado de confort digno para un ser humano están terminando o con la formación de trabajadores que ya muy poco se distinguen de los harapientos del Medioevo. Si usted muestrea nuestros trabajadores observará que casi todos visten con desteñidos blue jeans, usan zapatos sintéticos; damas con sandalias baratas hechas con retazos, la comida es cada día más desbalanceada, y si la mortalidad infantil se ha detenido es a favor de adultos que más son consumidores de fármacos que de alimentos naturales.
Así se ha capitalizado la esperanza por un mundo mejor libre de las ataduras burguesas, y se ha arribado a un sistema, como el actual, que ha ido asimilando y capitalizando en su favor los más precipuos príncipes comunistas.